En mi artículo anterior, comparé la evaluación de la estabilidad y el rendimiento de un videojuego con poner a prueba el equipamiento de escalada. La comparación entre ambas disciplinas no termina ahí. Para los alpinistas, alcanzar la cima de una superficie casi nunca supone un esfuerzo puntual. Antes que nada, se preparan mediante levantamiento de pesas, entrenamiento de flexibilidad y similares; y luego se encargan del alpinismo propiamente dicho. Una persona que escale dedicará horas a lo largo de varios meses para progresar por una ruta, de agarre en agarre, mejorando cada movimiento para poder llegar más alto, gastar menos energía y no caerse.
Los videojuegos pasan por el mismo calvario. Gran parte del trabajo ocurre entre bambalinas: el diseño del juego, el desarrollo inicial... Y cuando llega el momento de empezar a escalar, los mejores juegos salen «al mundo real». Contra lo que podría dictar la lógica, los profesionales de la industria de los videojuegos que trabajan en un determinado título no son los más indicados para ofrecer una opinión imparcial. Testeo, comentarios de los usuarios, equilibrio... Todas estas actividades requieren la visión de los jugadores como consumidores.